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Cangrejos del Ártico
En medio de una caminata que hice por los alrededores de Clyde River, Nunavut, un domingo de descanso, me encontré con una mujer de unos 65 años aproximadamente, halando un trineo y cargando a sus espaldas un bebé sonriente con una piel tan blanca como la nieve que nos rodeaba. Le pregunté a la señora de dónde era, pues me dio mucha curiosidad su aspecto, tan distinto al de los locales. Su respuesta, tan extensa y sorprendente la completó en el trayecto que compartimos en mi ida hacia los inukshuk de una montaña a 40 minutos de caminata.
Me dijo que su nombre era Ellinore Andersen, que era de Noruega y había llegado en los años 80 para una investigación en su doctorado de biología marina.
¿Qué tan dispuesto estás para escuchar una larga historia? -me preguntó-
Tengo todo el tiempo del mundo -le respondí con calma-
Se supo desde los años 70, dijo mientras se acomodaba al bebé en sus espaldas, que el cangrejo rojo gigante que habitaba cerca a la península de Kamcatcha, Rusia, por acción humana había pasado al mar de Barents en Noruega. Con el tiempo llegó a Alaska y a todas las costas de Nunavut, Canadá. Para muchas comunidades Inuit ya había empezado a notarse su presencia en las jornadas de pesca. Por su alto valor el cangrejo le estaba mejorando la vida económica a los mejores cazadores, como ya lo sabían las abuelas y como meses atrás lo habían experientado los pescadores noruegos.
Lo que desconocían las comunidades que los cazaban y consumían, era la razón del descomunal incremento en la frecuencia de reproducción y crecimiento de la especie. Investigaciones de la Asociación Internacional de Facultades de Biología Marina habían señalado que un azar de la naturaleza había mezclado los microplásticos en los mares junto con algunos metales pesados y el calcio remanente del lodo sedimentario del fondo marino, formando una extraña amalgama celular que hibridó estos compuestos en un nutritivo manjar de lujo para el cangrejo. Su nuevo alimento iba directamente a su estructura genética pudiendo crear más quitina y masa muscular, y a su vez desarrollando quelíceros más grandes y fuertes.
Su nuevo súperalimento estaba accesible con solo abrir la boca. El último registro oficial antes de que finalizara el siglo mostró que un cangrejo podía medir 1.8 m de extremo a extremo de sus patas llegando a pesar hasta 12 Kg. Desde entonces registros semestrales mostraban ejemplares de 4.5 y 5.8 m para finales del 2010 con un peso de 110 a 120 Kg. Habían llegado a un tamaño monstruoso y no se habían revelado los datos. En épocas de reproducción un cangrejo rojo gigante arrojaba una media de 400 mil huevos, pero los últimos datos de los centros de investigación noruegos mostraron un incremento a 750 mil de media.
Con ejemplares más grandes y la población más abundante, los pescadores estaban fascinados y los biólogos aterrados. Comunicaron la situación a los respectivos ministerios de ambiente de Rusia, Canadá y Noruega, pero todos prefierieron no alarmar a los votantes y sacar provecho de las ganancias por la venta de su carne.
El equilibrio marino Ártico se empezó a deteriorar notablemente. Su pesca no compensaba la tasa de reproducción del cangrejo y los bacalaos, salmones, truchas y percas dejaron de verse en ese océano. Su ausencia afectó también a las morsas, focas y hasta osos polares. El impacto fue escandaloso y se ocultó por mucho tiempo.
Incluso perdimos a un colega - continuó -, cuando llegamos a Gjoa Haven éramos un equipo de siete expertos en distintas áreas. Johannes Solberg se ofreció a hacer una prueba del equipo que recién habíamos adquirido, con cámaras de alta resolución, comuniciación inalámbrica y luces led de alta penetración en fondos marinos oscuros. Dijo que no tardaría y nunca regresó. Al notar que tardaba mucho más de lo esperado, verificamos que aún tenía oxígeno en su tanque pero no había señales cardiacas. De inmediato sumergimos el dron marino que para la época era el mejor y llegamos donde el radar nos indicaba su presencia.
Vimos un fondo marino que lucía como un desierto, lleno de algo que parecían púas, como un penco extendido como alfombra. No había algas, ni microorganismos, ni moluscos, ni equinodermos, ni anélidos, ni esponjas, nada, solo una amplia extensión de púas gruesas. Luego de unos minutos notamos que el suelo empezó a moverse... no era el suelo, era una agregación infinita de cangrejos que cubrían todo el fondo marino. Al notar la presencia de la cámara que los grababa se movieron, pero cuando la cámara se acercó más se subieron unos a otros formando un muro que rodeó la cámara y la devoró en menos de cinco segundos. Entendimos que lo mismo le había sucedido a Johannes.
Quedamos atónitos. Logramos ver que el tamaño de cada ejemplar rondaba los 2.5 m y calculamos un peso aproximado de 55 Kg. Ya eran enormes para ese momento pero no teníamos más manera de medir y comparar. Nos comunicamos con la embajada Noruega en Canadá para informar y solicitar más y mejor equipo de investigación. Dos semanas después nos llegó una delegación militar conformada por biólogos europeos, oficiales de la Policía Real Montada Canadiense y agentes del servicio secreto inglés. Nos soprendimos pero lo comprendimos por el alcance de la situación.
Luego de mucha investigación antes de volver a ingresar al agua, desde nuestro campamento cotejamos la información del Centro Mundial de Datos de Geomagnetismo y hallamos una correlación entre el movimiento del Polo Norte Magnético (PNM) y el desplazamiento de la agreación de cangrejos. No podíamos determinar dependencia pero definitivamente había correlación. Conforme el PNM se desplazaba desde Canadá hacia Siberia, la agregación semejaba las sinuosidades de su avance.
Mientras seguíamos en las investigaciones en tierra, escuchamos a una familia Inuit narrar un hecho que meses atrás hubiera sonado a película de ficción, pero que para ese momento cobró un sentido aterrador. Padre y madre vivían en un igloo con sus tres hijos de 16, 14 y 12 años de edad. La madre contó que una noche sintió cuando su hijo mayor se había levantado a las 3:31 am sin razón aparente, y ella decidió seguirlo sigilosamente ya que una intuición de madre así se lo indicaba.
Lo primero que notó fue que su hijo, Anatkok, era sonámbulo. Lo vio caminar muy despacio directo hacia la costa donde solían pescar. Una vez allí, con el agua del mar cubriendo sus pies hasta los tobillos, levantó los dos brazos como director de orquesta y así se quedó por largo tiempo. Ella asustada siguió observándolo cuando vio que salía del mar un cangrejo gigante. Cuando notó su tamaño fue ella quien dudó de sí misma y pensó que ella era quien estaba dormida y que estaba soñando. El cangrejo salió muy lentamente del mar y dejó ver sus enormes dimensiones; con sus ocho patas locomotoras semejaba un domo de 4 m de altura y quizá unos 10 de diámetro.
Cuando la escuché narrar su historia, -dijo Ellinore- entendí que H.G Wells no escribía ficción en La Guerra de los Mundos, solo no había atinado al origen de las criaturas invasoras. La madre siguió su relato contando que el cangrejo, a unos 20 m de distancia de su hijo Anatkok, estaba inmóvil hasta el momento en que las auroras boreales empezaron a destellar. El cangrejo inició a moverse entre cómodo y excitado, su compás era suave y con ellos, Anatkok empezó a adentrarse al agua.
En ese momento la madre tomó conciencia de sí, entendió que no era un sueño, que en realidad ese bicho enorme estaba ahí y que su hijo se acercaba peligrosamente hacia él. De inmediato ella gritó con todas las fuerzas de sus entrañas con una agudeza que pareció debilitar las auroras. De inmediato el cangrejo se sumergió y Anatkok salió de su trance mirando a todos lados desubicado. Su madre se acercó a él, lo abrazó llorando y con fuerza lo empujó de regreso a casa.
Al llegar despertó a toda la familia para contarles, Anatkok parecía no entender nada, y la familia entera se fue a la casa del líder de la comunidad para alertarlo de lo sucedido. Minutos después estaban todos los habitantes alrededor de la agitada madre escuchando con esceptisismo la historia. Horas más tarde llegaron a mí para contarme lo sucedido.
-No entiendo- le dije... tengo un millón de preguntas... ¡es una historia increíble!
En efecto lo es, me respondió. Ni yo estoy aquí, ni traigo un bebé a mis espaldas, ni estoy halando un trineo. Piensa en mí como una presencia, una aparición, un espíritu que acompaña a los caminantes que buscan llegar al inukshuk de la cima de la montaña; o puedes verme como una alucinación por la falta de oxígeno en tu cerebro; o quizá como una advertencia para cambiar tus hábitos, para que dejes de contaminar los océanos y que vivas una vida más natural. Tu mera existencia afecta al campo, tus pensamientos lo alteran y tus acciones inconscientes lo matan. ¡Despierta ya!
Con sus últimas palabras sentí un frío profundo que me subió por la columna y al llegar a la cabeza abrí los ojos. Había llegado a la cima.


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